Esto no es una carta de suicidio

Amor de mi vida…

Desde esa noche en que sentí tus primeras pataditas mientras escribía supe que te convertirías en una extensión de mi propia vida. Te amo y el miedo a tenerte lejos me lleva a recordártelo cada día. Tu sonrisa es el motor que me mueve en los mares del caos cotidiano. Estoy orgullosa de ti.

 A mis amigos…

Gracias por estar ahí y no abandonarme cuando más lo necesité. Ustedes saben quiénes son. Los quiero y si volviera a nacer quiero que sea ustedes mis amigos otra vez.

 A los jevos…

 Gracias por construirme y descubrirme una y otra vez; me hicieron fuerte.

Ustedes me hicieron feliz

Los amo.

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¿Qué sé del suicidio? Acabo de leer un libro sobre el tema y más allá de atraparme entre sus páginas me hace pensar sobre mí y la complejidad que aborda la muerte. No estoy lista para morir no solo porque sueño con hacer un sinnúmero de cosas, sino también porque – como ya saben – no soy buena en las despedidas y mucho menos si estas son inesperadas. Ni siquiera puedo imaginarme la reacción de mi hijo ante la noticia ¿Llorará? ¿Se alegrará? Sé que la vida es un ciclo como bien dice San Benito, pero ¿habrá forma de detenerlo?

No se asusten. Esto no es una nota de suicidio, amo demasiado la vida y los placeres que con ella llegan. Hay una teoría sobre las notas de suicidio que menciona que estas están hechas con odio hacia uno mismo, pero con un inmenso amor hacia los demás. La realidad es que no hay teoría más cierta. Comparto la carta de suicidio de Virgina Woolf a su esposo. No puedo luchar más. Sé que te estoy destrozando la vida… verás que ni siquiera esto puedo escribirlo bien. No pudo leer. Cuanto quiero decirte es que toda la felicidad de mi vida te la debo a ti. ¿Acaso no es hermosa? Hice el ejercicio.