Naufragio

De pequeña le tenía miedo al mar. Lo que era algo extraño viniendo de una familia de pescadores. Pasé años inventando excusas que me mantuvieran lejos del mar. Con el tiempo logré construir una pequeña burbuja que me mantenía a salvo no solo del mar, sino también de aquellos que me criticaban. Era diferente eso era evidente. Los años pasaban y la burbuja se hacía cada vez más pequeña. Estaba segura de que pronto tendría que salir para hacer contacto con el exterior. Tenía tanto miedo.

El momento llegó más pronto de lo que pensaba. La burbuja comenzó a romperse, tenía que salir. No quería que nadie me viera en ese momento tan vulnerable, me escondí para que nadie me viera salir. Sin embargo, allí escondido tras las ramas estabas él. Estaba igual de asustado que yo, aunque no fue hasta mucho después que comprendí sobre sus miedos. Nos hicimos amigos, nos cuidábamos las espaldas del mundo. El único problema era el mar que se reflejaba en sus ojos. Mi miedo me mantuvo alerta, pero bajé la guardia. No logro identificar el momento exacto, pero pasó, me adentré al mar.

Nuestro barco no era grande y mucho menos fuerte, pero con el tiempo construimos uno mejor. Cada día era tan divertido que había olvidado el miedo. En todos los años siguientes nunca habíamos llegado tarde a nuestro encuentro para ir a navegar. Todo cambió una mañana en la que luego de esperar, no llegó. Creí todo lo que dijo y no le presté mucha importancia, pues un percance lo tiene cualquiera. Sin embargo, al llegar la noche lo soñaba. Lo soñaba besándome apasionadamente para luego decirme adiós.

Una mañana de enero nos encontramos como de costumbre. Tenía miedo, algo que hace mucho no sentía, pero estaba con él. ¿Qué podría pasarme? Navegamos mientras hablábamos de las cosas que habíamos hecho y de algunos planes que comenzaban a idearse, cuando nuestro barco chocó. En medio de la confusión extendí mi brazo para buscarlo, no estaba. Lo vi alejarse mientras con su mano me decía adiós. Me quedé sola en un barco destinado a hundirse. No hice ningún esfuerzo, el dolor de esa despedida era más fuerte que el miedo a morir en el medio del mar. No recuerdo nada más allá del dolor que recorría de mi pecho y terminaba convertido en un nudo en mi garganta. Llegué a tierra firme, me tomó tiempo darme cuenta de que seguía con vida.

Me escondí. Lloré. Entre lagrimas construí nuevamente mi burbuja, pero no imaginaba que ahora las lagrimas que derramaba se convertirían en el mar que me ahogaría unas horas más tarde.

Fuera de la Caja

Fuera de la caja recoge tres crónicas del periodista chileno exiliado en Puerto Rico, Carlos Weber. Las crónicas están vinculadas directamente a su labor periodístico, lo que le permite al lector conocer un poco sobre los riesgos a los que se enfrenta un periodista por cubrir una historia, las victorias y los fracasos. Es un libro corto que se lee con mucha facilidad. Si te gusta el periodismo o temas relacionados estoy segura de que Fuera de la Caja de Webber será una buena opción. Debo aprovechar y recomendar el documental Cuentas pendientes. Este documental te permitirá conocer el lado que pocos conocen del periodista, su pasado como prisionero político durante la dictadura de Augusto Pinochet en Chile.

De Regreso

Antisociales
Foto por: @Hommycabrera_ (Instagram)

El sábado comencé con una de mis resoluciones de año nuevo, me obligué a salir. ¿Obligarse a salir? ¿De qué carajos hablas? Sí, me obligué a salir de mi cama, a dejar de llorar y a permitirme experimentar aquellas cosas que había dejado a un lado. Para mi sorpresa, la pasé cabrón. Di abrazos, sonreí, canté, bailé. No sé si era la actividad, pero todos se veían tan feliz. El show comenzó súper Sharp. Eran las 11:59 pm a las afueras de Terror Trendz en Santurce cuando Antisociales comenzó a tocar. La energía se sentía, todos cantaban las canciones con una sonrisa de oreja a oreja. Es increíble como la nostalgia, los recuerdos y la música se pueden unir en una sola canción. Recuerdo cuando vi a Antisociales la primera vez, yo tendría unos 14 años, me fui con unas amistades a Aguadilla. Yo conocía poco de la escena, apenas comenzaba a ir a ver a algunas bandas, pero ya estaba segura de que había encontrado mi lugar. Esa noche fue otra cosa, bailé como nunca, me gocé cada canción incluso cuando no me sabía ninguna. Esa misma noche me regalaron el CD. Con el pasar del tiempo verlos tocar comenzó a ser más que un momento de buena música; se convirtió en momentos con amigos, en historias para seguir contando en cada reunión, en abrazos delante del micrófono, en el instante donde todo se olvida. ¿Recuerdan cuando en Rodolfos Pub la banda se rompió, pero nació una vez más en el parking con una nueva alineación? Me pregunto si alguien tendrá fotos de ese momento.

Un Final Fatal
Foto por: @Kx0101 (Instagram)

Una hora y algo después comenzó a tocar Un Final Fatal. Demasiada energía concentrada. Las dos épocas de la banda, divididas solo por quien tomaba el micrófono, Killin o Kano. Debo admitir que soy más de la época de Killin, pero créanme los dos le meten bien cabrón. El pit estaba agresivo, los pasos de ballet se hacían sentir, la gente estaba gozando y yo no podía dejar de cantar las canciones. No recuerdo cuando fue la primera vez que vi a Un Final Fatal, pero sí recuerdo que solía jugar a cambiar las letras constantemente. También recuerdo a aquellas personas que me echaban el brazo como signo de camaradería al momento de cantar.

Llevaba años sin ir a un show, entre ser mamá, trabajar y estudiar me era imposible, pero me obligué y no me arrepentí. Salí sudá y apestosa, pero tan fucking feliz que había olvidado todo aquello que me preocupaba. No sé si me vuelva a obligar, pero mientras tanto voy a guardar esta noche para recordarme que sí se pueden olvidar los malos ratos. Gracias por los a abrazos, por las conversaciones, por los buenos deseos, por la buena música.

Entrevista que le hice a Antisociales en el 2008 (No la recordaba)

¿Nunca has escuchado estas bandas? Dale un vistazo a relojbomba.org

veinte veinte

Llegó el 2020 y con él la necesidad de autoevaluarse. He descubierto que no me gusta la navidad. Hay una posibilidad de que todo haya comenzado cuando a los 10 años mi mamá me dejó sin regalo como castigo por haber escrito en mi diario que me gustaba besarme con Travis – un chico que era mayor que yo y con conductas “peligrosas” – o quizás cuando estuve visitando el hospital por 4 años consecutivos en Noche Buena o simplemente porque mi expareja y yo peleábamos en estas fechas constantemente. Pudo ser algo de esto o una mezcla de todo, quien sabe, la cosa es que odio la Navidad y la tristeza que me invade.

Otro aspecto que he descubierto con el 2020 es mi miedo a la soledad, ese miedo a no encontrar un espacio dentro de. Son cosas bien pendejas, pero a que los 30 y algo, joden y recontra joden. A esta lista de descubrimientos debo añadir mi salud mental. Aunque luego de ver mi calendario no sé del todo si el problema es mi salud mental o los efectos de mi ciclo menstrual. Hace dos semanas opté por no salir de la cama e intentar estar todo el tiempo frente al televisor, solo para no pensar y por ende no llorar cada 30 minutos. Sé que esta actitud me ha mantenido “enfocada”, pero también me ha mantenido alejada de las personas que me gusta tener cerca. ¡La vida y sus contradicciones!  

Changuerías, todo son changuerías. Puede ser, pero ¿cómo saberlo? No hay forma.

Si me vez por ahí dame un abrazo, pues, aunque no lo admita en el momento, lo necesito. ¿Cosas que voy a intentar no olvidar a lo largo de este 2020? A decir que NO, a pensar un poco más antes de hablar, a preocuparme menos y sonreír más, a no tener miedo a hacer cosas nuevas y lo más importante, aprender a soltar.

 ¡Feliz año 2020! Intentemos no cagarla.