Anoche

7:18 a.m. y yo solo cierro los ojos pensando en tu cuerpo acercándose poco a poco al mío. En tus manos intentando hacer el más mínimo contacto con mi piel, en tu mirada fija mientras hablo de cotidianidades… Hubo química, eso es indudable.
Querías besarme. Lo noté. Me dejé llevar.
Debías irte, la noche no podía seguir. Me diste un beso en la mejilla y en la frente, pero no te marchabas. No sabías si era nuestra última oportunidad. Yo tampoco sabía. Te acercaste lo suficiente y sentí tu respiración. Agarré tu camisa, te halé hacia a mí, nos queríamos comer a besos, pero ninguno daba el paso. Bastó con mirarte para que entendieras.
¿Sería exagerado decir que nadie me había besado como tú?
El ritmo de nuestros labios, de nuestros propios cuerpos y de la respiración agitada confirmaban el deseo, las ganas… Besaste mi cuello, besaste mi pecho y mi respiración aumentaba, jadeaba de placer. Quería más.
Quería que besaras todos los rincones de mi cuerpo, que continuaras besando mi cuello hasta llegar a mi pecho, que me apretaras, que me lamieras. Quería que abrieras mis piernas y me penetraras con tu lengua, quería sentirte adentro. Cada célula de mi cuerpo quería estar con tu cuerpo.
Estaba excitada, húmeda, jadeando… Sin embargo, me detuve. Me besó las manos y se fue.
No dejo de pensar y con cada recuerdo llega el deseo de repetir.