Anoche

7:18 a.m. y yo solo cierro los ojos pensando en tu cuerpo acercándose poco a poco al mío. En tus manos intentando hacer el más mínimo contacto con mi piel, en tu mirada fija mientras hablo de cotidianidades… Hubo química, eso es indudable.
Querías besarme. Lo noté. Me dejé llevar.
Debías irte, la noche no podía seguir. Me diste un beso en la mejilla y en la frente, pero no te marchabas. No sabías si era nuestra última oportunidad. Yo tampoco sabía. Te acercaste lo suficiente y sentí tu respiración. Agarré tu camisa, te halé hacia a mí, nos queríamos comer a besos, pero ninguno daba el paso. Bastó con mirarte para que entendieras.
¿Sería exagerado decir que nadie me había besado como tú?
El ritmo de nuestros labios, de nuestros propios cuerpos y de la respiración agitada confirmaban el deseo, las ganas… Besaste mi cuello, besaste mi pecho y mi respiración aumentaba, jadeaba de placer. Quería más.
Quería que besaras todos los rincones de mi cuerpo, que continuaras besando mi cuello hasta llegar a mi pecho, que me apretaras, que me lamieras. Quería que abrieras mis piernas y me penetraras con tu lengua, quería sentirte adentro. Cada célula de mi cuerpo quería estar con tu cuerpo.
Estaba excitada, húmeda, jadeando… Sin embargo, me detuve. Me besó las manos y se fue.
No dejo de pensar y con cada recuerdo llega el deseo de repetir.

Encuentro

Me miro, pero no me veo. Sin embargo, me toco y aún me siento. No reconozco mis ojos o mis labios, pero sí mis dedos al adentrarse en mí.

Escucho voces. No logro distinguir ninguna. No me limito, cierro los ojos y sigo.

Poco a poco siento el rio que comienza a brotar entre mis muslos, las gotas de sudor comienzan poco a poco a deslizarse en el espacio entre mis pechos. Mi corazón late con más intensidad, late al mismo rito que mis dedos entran y salen.

Me muevo. Intento seguir el ritmo de mis dedos. Los alejo un poco y los llevo a mis labios, quiero cerrar los ojos y memorizar mi sabor. Ese sabor a pasión, deseo, placer; ese sabor tan mío.

Me gusta lo que pruebo. El rio entre mis piernas se incrementa. Mi lengua moja mis dedos, los prepara para volver a moverse entre mis muslos. Mi otra mano recorre cada espacio, lo acaricia, lo aprieta, lo saborea.

Las voces se escuchan más cerca, más fuertes. No me importa. Solo necesito tres minutos más.

Con delicadeza froto el centro. Siento como se disparan por mi cuerpo sensaciones, cosquilleos. Respiro profundo, ahogo el deseo de gritar. Llevo mis dedos una vez más a mis labios, esta vez los mojo más, los llevo entre mis piernas y le doy pequeños golpes. Las sensaciones son más intensas, los cosquilleos invaden cada espacio de mí. Mi mano sigue apretando mis pechos, mis muslos, mis caderas.

Las voces están justo detrás de la puerta o ¿están en mi cabeza? No importa. Comienzo a distinguirla. No importa. Un minuto más.

Levanto mis nalgas, quiero que los dedos entren con mayor fuerza, más profundo, quiero sentir más. Aumenta el ritmo, intento no hacer ruido, pero no aguanto, exploto, grito, me aprieto más fuerte. El agua entre mis piernas aumenta, no quiero que se acabe, continuó moviendo mis dedos, sigo gritando.

La puerta se abre. Abro los ojos.

Yo logro venirme.

Veo quien está en la puerta, pero no me reconoce. Giro un poco la cabeza y me miro en el espejo.  Reconozco mis labios, mis ojos, mi cuerpo; esta mujer sí soy yo y no la que  me mira parada en la puerta de mi cabeza.